martes, 28 de septiembre de 2010

HOLA, Ola

Hola, Ola:

Empecé hace unos siete meses a “construir” un “bloooogggg”; éste que tienes entre ceja y ceja. Por entonces fue un ejercicio de “chapuza informático”. Me explico: el caso es que me enfadé un día; sí, me enfadé mucho cuando leí, en un e-mail de esos que rebotan y rebotan por los buzones electrónicos, la carta del Ministro que está en la primera entrada.

Me puso en órbita; y como pienso que la literatura brota más y mejor cuando el estado anímico del ser humano está, por sí enclaustrado, o por los demás encarcelado –aún conservo el recuerdo de las clases de aquel granaíno profesor de lengua en bachillerato-. Bueno, bueno, pues me puso que no lo pude resistir: ¡a este ministrillo me lo pongo yo...!.

Me armé, ocioso, irritado, tecla en ristre. ¡Cuánto tiempo hacía que no me daba por ahí!. La ocasión lo merecía y escribí en las sábanas de Word la contestación ministerial que si alguien ha llegado hasta aquí, ya habrá leído con sonrojo, porque a mí, eso me dicen, se me ve bastante el plumero.

Me gustó lo que hice –pecaré de soberbio- y además: ¡qué bien, pero qué bien y entretenido se está escribiendo!: ya sabes, esas cosas que empiezas de juventud tras haberte leído a matacaballo el mortero de Cien años de soledad o La Regenta (que no el Quijote, que nunca lo conseguí). Te da entonces por caligrafiar unas letritas; las enseñas así como temblando, pero tímidamente orgulloso y alguien te adula espetándote… “chico, esto está muy bien… sigue…”, pero luego, ¡ay luego! abandonas porque te das cuenta de que en los tiempos que corrían y que ahora vuelan, no cabe; que no, que no cabe; que antes está el futuro y el futuro no se fabrica con “letritas”, sino con letras de las otras, de las de cambio de verdad. Cuando te das cuenta vives cabalgando por la vida en un trepa que trepa, y ese montón de afectos que has tejido a tu alrededor se ve, a diario (tú menos, que no tienes tiempo) y en "replay", los tropecientos anuncios de televisión que dicen lo que hay que tener y a qué puedes aspirar tener, según la suerte ganada o sobrevenida de lo que a uno le haya deparado su posición capitalista.

¡Vamos!, que te queda -si de verdad te gustaba- como ese olor maravilloso a la malta con leche con galletas que ibas a deleitar al colegio de monjas del barrio por las tardes si, para el bautizo de las cinco, te ofrecías al cura para darle una hostia y un vasito de vino y le hacías unas pasadas del cepillo –recaudador, digo-. Te queda, pues, esa cosa del "algún día...", cuando pueda, cuando tenga tiempo volveré. Pero, volveré, eso sí que ya te dices... cuando las oscuras becquerianas golondrinas.

Héme aquí entonces arrastrado en el tiempo y llegadas las arrugas que, con las ínfulas disparadas al ministro canadiense, han vuelto letras, letritas, “las tupidas madreselvas / de tu jardín las tapias a escalar / y otra vez a la tarde, aún más hermosas / sus flores abrirán”.




Sr. Ministro canadiense, ¿quién lo iba a decir? hasta debo agradecerle esta nueva primavera, me dije. Y, ya que me florezco en ella, no vamos a hacerlo solo para adentro sino que, ya puestos (adiós vergüenzas), hagámoslo hasta por fuera del tapial. Y, aquí está el “chapuza” Luis. Como me seducía la idea de reverdecer y los caminos del papel ahora van por las "autopistas de la información” (qué nombrecito) canalizada -como siempre- por los que mandan y hay que “tragar”, se me ocurrió: Pues…. A ver... Pues... Un “Bloooogggg”.

Ay, ¡caray!, pero ¿eso cómo va?, ¿cómo se hace?. Un "bloooogggg"

Jugando, jugando a ello, fui descubriendo algo y... poniéndolo en práctica me salió este “TribuLuis” profano y deslucido. Seguro. Pero una vez en el taller con estas manitas dije: sigamos de aprendiz.
Sr Ministro canadiense, ¡no se lo va a creer! ¡qué bien me vino mi cursiva con soberbia para esto!, que hasta me estoy planteando incluso perdonarle un poco.... Por no leerme. ¡aclaro!.

He practicado un poco más desde entonces pero lo he hecho (no mucho tampoco) en otro propio “bloooogggg” de cuyos contenidos, en forma de un diario personal –hoy menos mal que destruido-, no puedo dar ni siquiera explicaciones porque hasta ellas mismas -ya lo creo- tendrían miedo de salir.

TribuLuis se quedó ahí, así desde mi ira contra el Sr. Ministro, esperándome. Y hoy, como una Ola que rompe sobre la orilla, me ha salpicado de nuevo y siento su frescor salitroso donde el sol se mira al espejo. Por eso vuelvo, Ola, por tu estallido, al ánimo de aquella juventud (qué tontería tan imposible) y me dispongo, sin alertas, sin obligación ni témpora, a contar o cantar o decir o llorar o reir de otras fechorías ministeriales (las que vea, o lea o sienta o padezca) o, ¿a ver por qué no?, de esos besos amables y caricias tiernas de verdad de los quinceañeros que todos, esperanzados (para qué vivir si no), confiamos en recuperar; que al fin y al cabo, seamos como seamos, estamos en la misma Tribu. ¿O no?

Pero eso será ya otro día.
Nos escribimos, ¿vale?.

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